Hay quienes miran el éxito ajeno con una mezcla de admiración y resignación. Dicen “tuvo suerte”, o “le tocó un buen destino”. Y mientras tanto, siguen esperando que algo cambie por sí solo. Pero la realidad es otra: la suerte no llega, se provoca, y el destino no se hereda, se construye con cada decisión diaria
Lo que muchos llaman suerte suele ser el punto culminante de un camino largo, lleno de esfuerzo y persistencia. Quien trabaja todos los días con intención y constancia termina “teniendo suerte” porque provocó las condiciones para que las oportunidades aparecieran
Pensar que estamos marcados por un destino inamovible es una excusa cómoda. Cada elección, cada renuncia, cada pequeño paso en la dirección correcta moldea nuestro propio destino. El futuro no se adivina, se diseña.
Compararse con los demás es una trampa que roba energía. En vez de mirar quién va más adelante, hay que mirar qué podemos hacer hoy para estar un paso más adelante mañana. No se trata de ver a los otros, sino de que los otros te vean avanzar a ti.
El confort es inversamente proporcional al progreso. Cuanto más nos acomodamos, menos crecemos. La incomodidad de esforzarse hoy es el precio de la libertad de mañana.
No hay fórmulas secretas ni milagros. Solo acción. Los sueños se transforman en realidad cuando alguien se levanta y empieza a construirlos, aun sin certezas, aun sin garantías. La acción es la verdadera suerte.
Conclusión
No es suerte. No es destino. Es la suma de lo que haces cada día cuando nadie te ve. Y cuando el resultado llega, los demás lo llamarán suerte…pero tú sabrás que fue trabajo.